Llegada calmada

El lugar se encuentra sumido en una penumbra inalterable, sin llegar a estar sumida en la oscuridad, pero tampoco siendo sufiencientemente iluminada por las escasas farolas que hay en lugares concretos del distrito. Algunas de estas, parpadean intermitentemente como si fueran a apagarse de un momento a otros, lo que hace, que en algunos instantes muy breves, la oscuridad gobierna pequeñas fracciones del espacio del que dispone el primer distrito de la ciudad.

Decenas de tiendas, bares, restaurantes... abren sus puertas a los visitantes, habitantes y a los recién llegados, con llamtivos anuncios, suculentos platos o extraños y útiles utensilios. Mucho de los viajeros, que por una causa u otra han ido a parar a la ciudad, se entretienen y caen en las redes de los tenderos, dejándose un gran pellizco de sus ahorros en algún objeto cuya utilidad acabará desapareciendo al cabo de unas horas.

Sin embargo, solo algunos de los visitantes poseían la nímia inteligencia necesaria para caer en esas burdas, aunque bien preparadas "Triquiñuelas", y el sombrío joven, que en esos momentos cruzaba el grandioso portón de la ciudad, claramente, no era, ni mucho menos, alguien suficientemente estúpido. Muchos de los paseantes y los tenderos le observaban con extraño gesto, posiblemente por la atención que atraían tanto su aspecto como las sendas espadas, que a su espalda, deslumbraban en su belleza y peligrosidad. Sin embargo, el chico iva bestido cual noble muchacho que va a participar en una boda o o una fiesta importante. Poseía una camisa negra de manga larga, cuyas mangas sobrepasaban mínimamente las muñecas del chico. En el cuello de la camisa, podían verse bordeados varios color gris que simbolizaban lunas, tanto crecientes como menguantes, y justo en el centro del cuello, una grandiosa luna llena. Por lo demás, la camisa no podeía rótulo o imagen alguna. Sus pantalones eran del mismo color que la camisa, hechos de lino, largos, pero permitiendo que fuera posible ver sus pies calzados en unos elegantes mocasines cuyo color hacía juego con las otras dos prendas. Todo esa negrura hacía resaltar su rostro y su piel pálida, al igual que lo hacían sus ojos azabaches y su oscuro pelo.

Los pasos del atractivo joven, no dejaban de ser en ningún momento lentos y calculados, tomando la dirección correcta para llegar a las puertas que le llevarían al segundo distrito. A su paso, en algunos extranjeros, avivava la llama de la desconfinza, y también, en unos pocos pueblerinos, provocaba murmullos de asombro, quizá también alguno de terror. En cuanto sus pasos dieron fin frente a la puerta, y el chico, sin una sola palabra ni tan solo haber tenido que despegar los labios, la sobrepasó, el ambiente del distrito 1 se relajó, y muchos de sus paseantes respiraron aliviados...