Misión: Vencer a 50 Neosombras // Orando a las tinieblas

Por los amplios pasillos de la gran fortaleza que era Bastión Hueco se podían oir los apresurados pasos de la joven Miia, produciendo un inquietante eco, como de una víctima tratando de huir de su asesino: los últimos minutos de su vida. Corría la muchacha sin mirar atrás, huyendo de un enemigo inexistente, en linea recta, sin parar.

Recordaba como la oscuridad engullía a su hermano, y a sus dos, hasta hacía poco, compañeros, y un gran terror invadía su mente, al igual que el remordimiento la reconcomía por no haber hecho nada por ayudarles. La impotencia, el miedo y la culpa se arremolinaban en su interior, en una vorágine de sentimientos entrecruzados que no parecía tener fin.

En un momento de su carrera sin destino, tropezó, y cayó al suelo con poca dignidad. Unas lágrimas asomaron y humedecieron la cara de la joven, pero no porque hubiera resultado herida, sino por la rabia que sentía. Todo hubiera sido diferente si aquel Espectro nunca hubiera llegado a Vergel Radiante, si no se hubiera enfrentado a su hermano en la Torre del Reloj. Si aquel monstruo no hubiera existido, ahora podría estar viviendo tranquilamente en su casa, con sus padres y su hermano, sin tener porque viajar por los mundos infestados de peligros, ni aprender a luchar para defenderse. Todo era culpa del Espectro.

"¿Realmente te rendirás, después de todo el camino recorrido? Cuando te rindas, el Espectro habrá vencido. Y entonces la culpa será tuya, porque te habrás defraudado a ti misma y a tus ideales."

Miia alzó la cabeza. alarmada y sorprendida, pero allá no había nadie. Así como el viento se había llevado las palabras emitidas, también había desaparecido aquel que las dijo. Mas, fuese quien fuese, tenía mucha razón. Rindiéndose como se estaba rindiendo solo conseguiría romper la promesa que se había hecho. Debía continuar, mejorar, y destruir al Espectro... y la oscuridad que le rodeaba. Ya no era tan solo una venganza. Lo había visto cuando los sincorazón "engulleron" a Lixennet y a Jack. Mientras existieran los sincorazón, la oscuridad, nunca cesarían de ocurrir aquellas desgracias, matanzas de inocentes. La oscuridad debía ser erradicada por el bien de la humanidad.
Y Miia sabía que ella sola no podía conseguirlo... Pero contribuiría para evitar que la gente sufriese más pérdidas, que experimentase el dolor que ella había sufrido.

Ya serena y con sus objetivos claros, se alzó y continuó su camino, esta vez sin carreras desesperadas huyendo del pasado. Unos minutos después, abrió el gran portal que llevaba a la Capilla donde los sincorazón, supuestamente, oraban y alababan a la oscuridad.

Llevaba un largo rato en aquel lugar, buscando a aquellos a los que debía eliminar. Sin embargo... no parecía que las Neosombras fueran a presentarse. Era como si las hubiera asustado, o como si ya no quedaran más. Miia había recobrado las fuerzas en todo el tiempo que llevaba en busca de sus enemigos, pero no serviría de nada si no conseguía alguien con quien luchar. Fue entonces cuando, caminando, notó una especie de hendiduras en el suelo. Se agachó para observarlas mejor. Parecía algún tipo de raspaduras, como si alguien hubiera estado practicando con la espada en el suelo. O... como si alguien hubiera perdido el control con su arma y hubiera comenzado a dar golpes sin control contra todo lo que había a su alrededor.

Miia sonrió, y sacó de su bolsa un sombrero naranja con todo tipo de remiendos y costuras. Hacía tanto tiempo de aquello... su primera aventura junto a guerreros desconocidos, contra un sincorazón realmente poderoso... Sin embargo, les dejó abandonados al no poder contra aquel humanoide que controlaba el hielo. Cerró el puño con fuerza, apretando fuertemente el sombrero. Frunció el ceño, recordando su anterior debilidad, su poca fuerza... también a ellos les abandonó. Como a Jack y Lixennet. Como a su hermano.

-Si le tuviera delante... le metería todas sus malditas estacas de hielo por el...

Un escalofrío recorrió el cuerpo de la joven. De pronto, la sala comenzó a enfriarse increiblemente. El suelo y las paredes desarrollaron una fina capa de hielo, y el cuerpo de Miia comenzó a tiritar con fuerza. Miia no podía creerlo... ¿realmente estaba allí...? Alzó la vista lentamente, casi con miedo. Sí... allí estaba... el sincorazón de níveos cabellos al que se había enfrentado un año atrás.

-¡Tú...! -exclamó Miia, unos segundos antes de verse dominada por la rabia y, con un rugido, lanzarse a por aquel sincorazón que tanto le había hecho sufrir. Sin embargo... a medio camino, su enemigo sonrió y cambió de forma. Los cabellos rubios y la negra túnica del que segundos antes había sido el sincorazón que tanto odiaba lograron detener a la peliazul en seco, que contempló consternada aquel nuevo cuerpo-. N-no... No puede ser... Todo este tiempo... eras...
-Resuelve el misterio de las letras. En Ciudad de Paso encontrarás tus respuestas -murmuró, con una fantasmagórica voz que parecía un eco-. Te esperaré en el Castillo del Olvido -sonrió misteriosamente, desapareciendo.

Antes de que Miia pudiera darse cuenta, también había dejado de encontrarse en la Capilla del Bastión Hueco. Había vuelto al concurrido mercado, donde todo el mundo paseaba tranquilamente sin advertir la presencia de la adolescente de azulados cabellos. Quiso formular preguntas... pero no había nadie que pudiera responderlas. No podía hacer otra cosa que ir a Ciudad de Paso y hacer caso a aquel ser en el que hasta aquel momento había confiado... y que al parecer era uno de sus mayores enemigos. Exclamó una palabra malsonante, dirigiéndose a la Nave Gumi. Tenía que desvelar aquel misterio cuanto antes... o acabaría por volverse loca.