Hacia el castillo...

El caminar del pelinegro ya no era tan calmado como antaño, arto ya de perder el tiempo, había comenzado a adquirir un ritmo rápido, casi de carrera. Aún a pesar de esto, el chico, experimentado deportista y luchador, no se cansaba, ni mucho menos, estaba tan fresco como a primeras horas de la mañana.

Al llegar a la garganta, su ritmo se aceleró hasta llegar al de la carrera, sin excederse, pero a un ritmo constante. Ese lugar, era sabido, poseía un pasado glorioso. Una batalla de tremendo nivel tuvo lugar en los límites de esas montañas que rodeaban todo limitando el campo en su maximidad. 1000 sincorazones habían sido abatidos en ese lugar, una cantidad más que considerable... y todos bajo el poder de una llave espada... sencillamente, increible.

El chico que por el liso terreno corría, no esperaba hallar una batalla de esa magnitud y dificultad, sin embargo, sus expectativas abarcaban quizá unas decenas de sincorazones de bajo nivel, eso bastaría para calentar un poco antes de los verdaderos oponentes. Y bien, sus expectativas, por poco, no fueron destrozadas.

Caundo se hallaba casi al límite del terreno, una hilera de sincorazones se hallaron frente a el, formando así una barrera, al parecer de ellos, inqubrantable. A la vista del chico era diferente. Bien sencillamente habría podido pasar al otro lado creando un vórtice de entrada frente a él y otro de salida detrás de la barrera. Habría sido de lo más sencillo... pero la diversión habría sido inexistente, y ya que debía trabajar y encontrar a aquellos humanos... disfrutaría de una corta batalla.

El chico no cesó en su carrera, al contrario, aumentó su velocidad hasta un límite en el que era invisble a la vista. Al tiempo que lo hacía, desenvainó velozmente sus dos armas... y comenzó el baile. La barrera fue destruida al primer impacto de Jack contra el "Muro". Los débiles sincorazones (Solo se tratan de soldados y sombras) caían al suelo fulminados y eliminados segundo tras segundo, sin tiempo para contraatacar ante el invisible atacante.

Muchos de ellos, lograron apartarse del chico, aumulándose en otros lugares del campo. Pero en ese momento, el incansable chico, llegaba a ellos a través de un vórtice, y la carnicería empezaba de nuevo. No había manera de contraatacar ante ese impecable ataque, tampoco había manera de defenderse ante una velocidad tan extrema. Los combos de golpes no cesaban en su crecimiento, movimientos sombríos, elegantes, deslizados, veloces, potentes y certeros los formaban en una gran cantidad.

Cuando el último de los sincorazones cayó ante un espadazo por parte de Jack, este, observó su aspecto. Sus ropajes parecían estar repletos de cortes. Las altas velocidades alzaban el poder del viento a su alrededor, y este, peligrosamente, podía producirle cortes. El chico, jadeante, se hizo crujir el cuello a un lado y a otro, jadeante. Durante unos segundos, se dedicó a recuperar el aire y hacer que menguara el cansacio obtenido. Tras hacerlo, prosiguió su caminar hacia el castillo.