Contratiempo

Spoiler:

Aunque ya sabía cual iba a ser la respuesta de Leks, el escucharla de sus propios labios hizo que se alegrara aun más de que hubiera sido elegido para acompañarla en aquella aventura. Murmuró un agradecimiento ante las últimas palabras de la de cabellos morenos y avanzó hasta la sala de pilotaje, cogiendo el mando. Le indicó a Leks que se sentara en uno de los dos asientos que quedaban detrás; no era precisamente una nave grande. No tardó en despegar, tal vez para molestia o asombro de peatones, mas ya no se encontraba en situación de preocuparse por ello. La mayor parte del viaje interestelar se lo pasó charlando con Leks sobre cosas banales, bromeando muy de vez en cuando sobre diferentes temas. Llegados a cierto punto, la peliazul se calló de repente y puso cara de preocupación.

-Eh... Leks... ¿Podrías tomar los mandos un momentito? Tengo que... ir... al baño... -confesó, avergonzada. Pero, ¿qué podía hacer ella? Era algo fisiológico.

Cuando su compañera diera una respuesta asertiva, se desabrocharía los cinturones y saldría corriendo en dirección al pequeño pero bien cuidado baño de la nave, con cuidado de que no se le escapara... nada. Abrió la puerta y la cerró casi de un portazo, sin poder aguantar un segundo más, y, finalmente... eh... Cumplió su objetivo.
Tras aliviarse, salió del cuarto de baño mucho más tranquila y con expresión sosegada, cerrando la puerta con toda la delicadeza del mundo.

Entonces, la nave comenzó a balancearse con brusquedad. Sorprendida, fue incapaz de mantener el equilibrio y cayó al suelo. Levantándose con dificultad, se preguntó de donde podía provenir el repentino terremoto. ¿Terremoto? Estaban en el espacio... ¿Qué clase de turbulencia podían haber encontrado? Las maniobras evasivas de meteoritos no provocaban tales agresivos temblores... Aunque nunca había viajado con Leks pilotando, claro. Una turbulencia de mayor potencia que las anteriores volvió a desequilibrar a la joven, obligándola a retroceder con brusquedad y apoyarse en la pared de aquella especie de pasillo de la nave. Con tan mala suerte que su mano dio directamente con el peor interruptor con el que se podría haber topado.

La compuerta presurizada de la nave se abrió al instante que pulsó el botón por accidente, y todo el poder de succión del espacio exterior se hizo presente en la nave. Asustada, fastidiada y desesperada por lo que acababa de hacer, programó la nave para que el pasillo quedara incomunicado, con gruesas barreras, para que no se llevase a Leks ni a ninguna de sus posesiones. Mas se dio cuenta de que lo que acababa de hacer sería su perdición, ya que antes de poder cerrar la compuerta, la presión que ejercía el espacio exterior fue más fuerte que la gravedad artificial de la nave y la empujó hacia el infinito espacio. Un último grito fue proferido por la joven, un grito que Leks no podría oír debido a que había aislado aquella parte de la nave.

Afortunadamente, aquello había ocurrido cuando se encontraban junto a un mundo. La atmósfera de aquel planeta la atrapó apenas había sido expulsada por su propia nave gumi. Casi agradeció cuando entró en la atmósfera de aquel lugar, al ser capaz de respirar otra vez. Sin embargo, caída cual proyectil y probablemente no sobreviviría a la caída. Y, sin embargo, lo hizo. Antes de darse cuenta, se encontraba sumergida en las aguas saladas de una playa. Sin saber exactamente lo que había sucedido, nadó hasta la superficie, se apartó el cabello empapado de la cara y se observó las palmas de las manos.

-¿Qué... Qué ha pasado? Algo... Han detenido mi caída... -se dijo a sí misma. Ya con la mente más lúcida después del trauma pasado, que tampoco parecía haberle afectado demasiado, recordaba que en el último momento, cuando había perdido toda esperanza... Sintió como unos brazos invisibles la acogían, deteniéndola sin dolor alguno y provocando que la letal caída no tuviera más efecto que cuando te tiras de bomba a una piscina y sientes algún calambre.

Alzó lentamente la cabeza, dirigiendo la vista al horizonte, y pensó "Las Islas del Destino... una vez más...". Sin prisa alguna, avanzó en dirección a la orilla de la playa.

Spoiler:

Lo había visto todo: la nave en la lejanía, la figura que caía.

Cuando uno decide tomarse un año sabático el primer lugar que cruza tu mente es Islas del Destino, sobre todo si vives en un lugar donde es de noche 24/7.

Arena dorada, agua cristalina, sol agradable, incomunicación con otros mundos, aquel lugar tenía todo lo que Kerloxsand buscaba para esconderse.

Y de todos los seres vivientes que habitaban el universo, tuvo que encontrarse con ella; la chica del pelo azul y la cabra.

Cuando vio que se dirigía hacia la orilla, justo donde él estaba tumbado con su toalla y su bañador, lo único que pudo articular fue una simple palabra:

—Mierda...

Según se iba acercando a la orilla de la playa, dando grandes zancadas debido a la ralentización que le provocaba el caminar con parte de su cuerpo sumergido bajo el agua, fue capaz de divisar en la lejanía a alguien tumbado sobre la arena, posiblemente disfrutando del casi eterno sol de las Islas del Destino. Miia se imaginó que debía tratarse de algún aventurero, como ella, tomándose unas vacaciones, o más probablemente, un habitante autóctono de aquel mundo. ¿Gilleux otra vez? Si fuera él, resultaría bastante extraño... Porque se trataba de un humano, ¿no? Los sincorazón son oscuros, disfrutan de las tinieblas y no de la luz solar. ¿Verdad?

Inconscientemente, trataba de no pensar en todo lo que había pasado. Que se había caído de su nave gumi y, una vez más, no tenía ninguna otra forma de viajar a otro mundo o de volver con Leks. Que había estado a punto de morir por la caída, mas una extraña fuerza invisible la había detenido. Y aquella fuerza, aquellos brazos protectores, no podían ser otra cosa que el sincorazón que la acompañaba desde aquel día en el Mercado de Vergel Radiante, tal vez antes incluso. Tal vez desde que huyó de Bastión Hueco aquella primera vez, dejando atrás a Jack y Alex. Que aquel ser que más le protegía en aquellos duros momentos de su vida se trataba de uno de sus mayores enemigos.

Finalmente, la peliazul llegó a la orilla. Adoptó una mueca ligeramente disgustada al notar como la arena se le pegaba a la piel humedecida: siempre había odiado eso. Eso y las algas. Eran como pequeños gusanos que le hacían cosquillas bajo los pies y entre los dedos... Y encima eran negras y viscosas... Entre pensamientos banales como eran aquellos, dirigió la mirada a la figura que había divisado desde la lejanía y se sorprendió al encontrarse a alguien conocido. Sus verdes y expresivos ojos mostraron aquella sensación antes que su rostro o palabras. Abrió la boca para decir algo, mas se encontró con que no sabía de qué hablar. Solamente se le ocurrían las típicas y estereotipadas preguntas entre colegas, y los inútiles y estúpidos "¿Qué haces aquí?". ¿Hola? Está tomando el sol sobre una toalla y en bañador. ¿Crees que ha venido a visitar a su abuela la enferma? Le dedicó una significativa sonrisa que indicaba que se alegraba de verse, simplemente, y se sentó a su lado en posición fetal, observando el horizonte y escuchando las olas romper contra la orilla de arena dorada.

-Qué coincidencia encontrarte aquí -musitó finalmente. Luego emitió una corta y debilitada risa-. Parece que, siempre que uno tiene problemas, el otro aparece para echar una mano -observó. Su sonrisa se desvaneció lentamente de su rostro según se hacía consciente del accidente que acababa de sufrir, y sus consecuencias-. Porque... lo has visto todo, ¿verdad? -preguntó finalmente, ya con expresión indescifrable y voz significativamente fría para ella.

Kerloxsand poseía la curiosa y útil capacidad de marcharse de un lugar a otro usando extraños portales oscuros, poder que últimamente mucha gente que conocía parecía poseer. Incluído su indeseado y eterno acompañante. Probablemente, una vez más le tocaría abandonar las Islas usando como "vehículo" a Kerl o a su odiado sincorazón favorito. Siempre podía regresar a Ciudad de Paso y utilizar la nave de Leks; sabía el lugar donde se solían aparcar las Naves Gumi en aquel lugar. La cuestión es: ¿sabría Miia cómo activarla? Y, tras hacerlo, ¿sería capaz de encontrar a su compañera de aventuras entre los cientos de mundos existentes en la galaxia? La mano de la humana se deslizó al interior de su húmedo bolso, sacando un muñeco de peluche de una cabra. Su rostro, de pronto, se contrajo en una mueca de disgusto, con tic en el ojo incluído, y comenzó a presionar con la fuerza propia de una guerrera curtida en mil batallas el cuerpo del pequeño peluche.

¿Qué coño iba a hacer?

¿De verdad era ella? Si lo era, menudo sentido del humor tenía el Universo. Y si no lo era, tal vez debería ir a un psicólogo.

Pero cuando la chica se acercó y le habló como si tan sólo hubiesen pasado unas horas desde la última vez que se vieran, le quedó claro que el Universo debía estar descojonándose de él.

—Si te refieres —contestó tras un rato de silencio, observando las olas— al hecho de que una nave haya aparecido en un estallido y que tú hayas caído de repente en medio del agua, sí, lo he visto —suspiró—. Si te refieres a otra cosa, ya no me preguntes.

Intentaba permanecer estoico ante aquello, ser elegante. Los incorpóreos debían serlo —si bien algunos no lo lograban y echaban al traste su reputación—. Sin embargo, lo que verdad quería era una mezcla entre salir de allí, romperle el cuello y ¿abrazarla? Estaba todo aquello muy mezclado.

Demasiado mezclado para un incorpóreo, se hizo recordar.

No pudo evitar echar un vistazo a la cabra de peluche. Por Xemnas, la estaba apretando tan fuerte que se le podrían salir los ojos en cualquier momento dado.

No estaba en su naturaleza, pero se vio forzado a preguntar:

—Oye, no es que me interese realmente, pero ¿qué te ha pasado allí arriba? —Tragó saliva. No quería preguntar aquello, pero sentía algo parecido a curiosidad—. ¿Y dónde has estado desde la última vez?

Kerloxsand, a pesar de su tendencia a lo absurdo, jamás había sido la persona con la personalidad más emocionante que Miia había presenciado, eso lo tenía claro. Si alguna vez había reído en su presencia, ella no lo recordaba, fuese por una broma de cualquiera de los dos, chiste, burla, error garrafal o pedo. No obstante, jamás se habría imaginado que acabarían como se encontraban en aquel momento, ambos serios y silenciosos observando al horizonte, las pequeñas olas romper contra la orilla. Normalmente, al menos uno de los dos estaba siempre de humor para tratar de arrancarle una sonrisilla al otro con alguna de sus típicas chifladuras, a pesar de que ella fuera la que menos éxito acostumbraba a lograr. Enfadarse no le serviría para nada. Ya había dejado a Cabriola descansar sobre su regazo, y se apoyaba con ambos brazos sobre la arena que había humedecido con su cuerpo mojado, sentada con las piernas en cruz. El incorpóreo habló finalmente. Miia notó que no sabía exactamente cómo responder al sosegado comentario que había hecho al llegar, por lo que se limitó a revelar lo obvio.

-No. Me refiero exactamente a lo que has dicho. Supongo que lo difícil hubiera sido no verme, ¿verdad? Apuesto a que, mientras hablamos, un equipo de Decimotercero Milenio se está trasladando a esta playa para investigar el misterioso caso de la niña meteorito. Tal vez me convierta en la Clefairy moderna. ¿Es útil el tipo Normal-Agua? …Ugh. No te atrevas a hacer un comentario sobre lo bella que sería con la cara de un Bibarel –comentó con desgana. Parecía tratar de bromear, pero su tono neutral no indicaba que tuviera demasiadas ganas de cachondeo.

No iba a llorar, no de nuevo. Se había prometido no llorar tras partir con Leks durante el resto de la travesía y no iba a faltar a su promesa cuando apenas había comenzado, sin importar lo desesperada que fuera la situación. No le pediría a Kerloxsand que la transportara con sus extraños poderes una vez más. Había requerido de su ayuda demasiadas veces. ¿Cómo iba a salir de una situación verdaderamente peliaguda cuando él no estuviera a su lado, si no comenzaba a tratar de trabajar sola desde aquel preciso momento? Frunció el ceño. Si la vida le había impuesto aquel reto, lo afrontaría con dignidad y lo afrontaría en soledad. Ya volvería con la cabra entre las piernas a suplicar asistencia cuando hubiera recorrido toda la isla seis veces sin encontrar ninguna forma de salir de la misma. La idea de convertirse en una especie de náufraga no era muy atrayente.

-Es demasiado embarazoso de contar –respondió, a su vez, tras una larga pausa silenciosa-. Conténtate con saber que ha sido obra de mi propia y única estupidez –suspiró, contrariada.

Era más que probable que se preguntara cómo había podido caer desde el espacio sin ningún tipo de protección y no recibir ni la más nimia herida, mas no podía contarle que aquel “espíritu” o “compañero” que recordaba haber mencionado una vez era lo suficientemente corpóreo como para sujetarla. Tan solo acrecentaría su seguridad de que estaba como una chota.

-K-Kerl… -Las ideas revoloteaban en su cerebro y chocaban unas contra otras y contra las paredes de su cráneo, la prioridad intercambiándose continuamente. Miia no lo tenía nada claro, a pesar de su intento de resolución. No rechazaría la ayuda, pero tampoco la pediría. No a Kerloxsand de nuevo, al menos. Ya le debía demasiado. Ahora debía continuar viviendo sin él. ¿Por qué, si no, le había dejado aquella vez? Si volvía a él, sería cuando pudiera sentirse a gusto consigo misma-. Mi promesa… sigue en pie. Volveré a ti cuando esté satisfecha de mí misma, pues mientras no sea feliz con mi propia persona, sé que no podré hacer feliz a nadie más.

Mientras pronunciaba aquellas palabras cargadas de sentimiento, Miia se inclinó en dirección al incorpóreo y le abrazó con delicadeza, tratando de no parecer brusca para que no la apartara en cuanto sintiera el contacto. Podía pensar lo que quisiera de sus palabras, pues nunca las había expresado de aquella manera. Existía la posibilidad de que fuera la última vez que pudiera verle, y no la desaprovecharía. Ni ella misma tenía claros sus propios sentimientos. De lo que sí que estaba segura es de que deseaba cumplir esa promesa, y trataría de hacerla realidad mientras su cuerpo y alma funcionasen. Se separó finalmente de él con una sonrisa y se levantó, apartándose con manotazos la arena más o menos seca que se pudiera desprender de su todavía húmedo atuendo. Guardó a Cabriola en su desgastada bolsa y, lentamente, comenzó a caminar, alejándose de Kerloxsand.

-Todo este tiempo… he estado buscando mi destino. Todavía voy tras la misma pista –reveló finalmente, aunque de espaldas, a su antiguo compañero de piso. Su voz poseía un deje burlón-. Me gusta como el destino puede tomar la forma tanto de un lobo blanco con piel de cordero rubio como el de una jovencita con una espada prestada.

Dejando tras de sí aquellas palabras transportadas por la brisa marina hacia los oídos del pelirrojo, dejó finalmente la bella playa donde sentía que, de algún modo, había comenzado una parte importante de su vida en el pasado. Aquel día, con el chico peliazul. Todo cambió desde aquel instante. Y no pensaba dejar escapar aquel cambio hasta que le diera las respuestas que buscaba.